miércoles, 12 de septiembre de 2007

Contra la frigidéz filosófica

Crónica de una noche de raga chocoana

Aunque llovía a borbotones la noche tenía el calor del pacífico, el color amarillento de la luna llena en mayo. La música inundaba las calles atestadas de negros y negras que rompían en carcajadas maliciosas y cantaban entusiasmados las letras de las canciones de moda. El aire, aunque pesado, dejaba respirar un olor fuerte y energizante; como el delicioso calor húmedo del vapor de una cazuela de mariscos que sabe a mar, a licor y a lujuria. Eran casi las nueve de la noche y ya el biche empezaba a hacer efecto a pesar de los escasos dos tragos que me tomé después de la comida. Era un momento perfecto para salir a bailar, a vivir la noche chocoana. Había pasado ya casi cuatro días trabajando en Quibdó y gracias a que el sofoco me había aplastado en las noches pasadas, esa noche, la última, me sentía capaz de soportarlo e ir a una discoteca a sentir la rítmica estridencia de la raga y el calor de los cuerpos sudorosos que bailan sin parar. Entré a la discoteca acompañado por John y Mafe, una pareja de negros que me habían acompañado esos días en un taller sobre filosofía y cultura y que tras una conversación sobre sexualidad y rumba me habían invitado a salir de baile. John tenía la piel tan oscura como la noche misma y su cuerpo esbelto y torneado por el ejercicio diario de su trabajo. Mafe poseía las nalgas, las piernas y la piel más firmes que yo hubiera visto nunca. Sus ojos penetrantes y sensuales pero lo suficientemente distantes de un mestizo como yo como para no generar expectativa alguna en mi ni celos entre los de su raza, quienes hubieran defendido a su negra de un “paisa” como yo sin dudarlo. Sin embargo, para ser sincero, uno siempre espera despertar el deseo de una negra como esa: aunque fuera por una sola noche eso le sube la autoestima a cualquiera. Entramos al lugar y la oscuridad no dejaba reconocer los rostros de quienes allí se encontraban. Sin embargo podía verse como la música acercaba las parejas que bailaban frenéticamente al ritmo de la Raga. Vale decir que para un hombre como yo, acostumbrado al baile sensualmente conservador de Bogotá o al coqueteo distante de la zona cafetera, presenciar por primera vez una sesión de Raga chocoana era asistir a un carnaval lleno de erotismo y desenfreno. Era como presenciar sexo en vivo con las ropas puestas. Al principio uno no puede evitar sonrojarse un poco; es normal. La sensación de bochorno, el morbo reprimido que se trae desde la capital, la inevitable excitación de algo que es casi impensable cuando se asiste a una noche de rumba en una discoteca de la zona rosa. En una esquina del bar alcancé a divisar a una pareja que se movía con locura; ella, dándole la espalda a su compañero, sacaba sus enormes nalgas y las ponía a disposición del hombre que la golpeteaba con la cremallera de sus pantalones y le daba una que otra palmada mientras blanqueaba los ojos como poseído por algún espíritu del África negra. Una y otra vez el hombre acercaba sin ningún tipo de pudor o prevención su cuerpo al de ella, cada vez con más vehemencia lo cual generaba en mi una sensación de estar observando un acto íntimo, un acercamiento sexual; un polvo en plena pista. No pude evitar preguntarme si él tuvo una erección y pensé inmediatamente que si esa noche era mi momento de bailar raga quizás no podría dejar de excitarme ante el contacto tan cercano con las nalgas de una negra firme y sensual como la que bailaba con aquel hombre. Finalmente, luego de que John me sacara de mi estupor nos sentamos en una mesa y pedimos media botella de aguardiente Platino. Mis guías, al ver el curioso morbo que despertaba en mi la escena hicieron lo posible por darme el contexto de la situación y me dijeron que allí el baile era también una forma en que la sexualidad tomaba forma. Pero por más que le expliquen a uno el asunto eso no es comprensible hasta cuando la experimentación se da paso. Pregunté si podía yo sacar a bailar a una negra sin generar malos entendidos y ambos se cagaron de la risa. -¿Malos entendidos?- me dijeron – Cuando uno está bailando lo único que se entiende es que está bailando. Primero piense si puede con una negra de esas y el resto pasa en la pista- La pregunta cayó muy bien, porque empecé a evaluar la dotación con que contaba para enfrentarme al baile y luego de tomarme un trago me levanté desafiante para sacar una negrita deliciosa que estaba en la mesa contigua a la nuestra. Ella me miró de arriba abajo y esgrimió una risita entre burlona y coqueta. –Hola, soy Diego. ¿Tu cómo te llamas?- Ella me miró con sus ojos grandototes y me cogió la mano para salir a la pista. –Natalia- me dijo –Pero vinimos fue a bailar y no a hablar-

Una vez ella dijo esto entendí en qué consiste todo. Se trata, al contrario de lo que pasa en el interior del país, de empezar el cortejo bailando y dejarse para después las presentaciones y el protocolo. Se trata, en últimas, de lograr que la pareja se desenfrene en la pista y que surja la confianza suficiente, además del gusto y la picardía, para en algún momento poder rosar el cuello sudoroso de la pareja con la propia respiración o acariciar sus piernas y sus nalgas como parte de un ritual que va y viene del sexo al juego, del deseo a la ternura. Si. Natalia, me enseñó a bailar Raga chocoana sin sentir vergüenza por el contacto, ni pudor por los olores y sudores propios de una noche de discoteca en Quibdó. Luego de un rato en la pista yo ya no era el distante filósofo que había ido al Chocó a descrestar calentanos o a vivir una experiencia antropológica con los negros, o a hacer turismo en zonas vulnerables. Casi que podría decir que era un negro más en una discoteca y cuando descubrí eso fui realmente feliz. Entendí que a todos se nos para cuando bailamos como lo hacen allá. Que nadie, por pudoroso que sea, se puede resistir a la deliciosa sensualidad de una negra como Natalia. Que, como dicen por ahí, todo consiste en dejarse llevar: aunque confieso que casi me vengo.

1 comentario:

Laura Gómez dijo...

Yo alguna vez vi a unos gringos en México bailando de manera similar (digo, seguro no le llegaban ni a los talones a nuestros negros) y mi estrecha mentalidad rola me hizo quedarme ahí parada mirando sin poder moverme o quitar los ojos de encima. Lo que más me sorprendió fue ver cuando la mamá de la niña que tenía esa danza erótica pública vino y le dijo a su hija sonriendo y con completa calma "ya es hora de irnos".

Yo no sé si como tú sería capaz de dejar de lado mis esquemas y atreverme a vivir esa experiencia. realmente sería como salir de mí misma,