martes, 27 de noviembre de 2007

¿Que cómo están las cosas por Medallo?

Duras.... la vaina está muy dura por allá pero la gente no para de intentar cosas para superar los traumas de tanto mierdero.... En medio de tanto carácter formado a punta de plomo y de memorias tristes hay mucho amor, mucho arte...mucha belleza. Hay historias tan duras que la gente en medio del llanto atragantado se ríe y hacen que uno se ría un poquito. ¿Que cómo están las cosas por Medallo? .............eeeeeeeeeeeeeeeeeee......... !como siempre hay unas mujeres divinas!

Diego Duque

Un nuevo grupo en el Carelibro...

Un nuevo grupo se ha creado en el carelibro. Expresa su odio a RCN por lo que todos sabemos....

No se si los odio, pero lo que si se es que me sacan la piedra esos cretinos y cretinas y su mundillo de mierda. Deberían por lo menos dejar de decir que son imparciales, objetivos y confesar sus tendencias políticas. Un poco de honestidad no les caería mal y así hasta se le discute con respeto. Deberían de dejar de decir que "la realidad" es la que transmiten en las notas amañadas de sus noticeros, mientras que en el resto de su programación la esconden, la maquillan y tergiversan e intentan crear una realidad de seres alienados, estúpidos y grotescos con basura tecnicamente impecable. Como dice una amiga.... realmente son unas pecuecas con el país y con la gente. Ufffff me desahogué....

jueves, 11 de octubre de 2007

Katarsis política

La política: ¿Cosa de machos?

Observando el clima político que vive el país por estos días podría decirse que la política es ‘cosa de machos’. Hacer política puede implicar en ocasiones tener que darse codazos con mucha gente para poder decir o hacer algo; parece que para hacer política libremente se deben tener cojones como los de Petro, egos como los de Uribe o un fierro debajo del colchón como el de Mancuso. Sí, la política tiene cara de cosa para machos, para guerreros de muchas batallas, para fríos estrategas y, en época de elecciones, para seres con corazas de hierro. La verdad, siempre pienso que ante empujones y golpes como los que le dieron recientemente a Ana María Convers, directora del programa presidencial Colombia Jóven, o ante las amenazas que hacen los paramilitares y la guerrilla a quienes quieren trabajar por la gente sin ambición de votos, además de rabia e indignación, se siente mucha tristeza. Parece que para hacer política en este país machista, energúmeno y lleno de rencores uno no puede ser mujer, andrógino o una persona crítica. A veces parece que toca prostituirse y dejarse manipular por las jugadas de uno u otro partido, de uno y otro bando de la guerra. Como dice una amiga, para tener un lugar digno en los espacios de debate y decisión las mujeres, los andróginos y los que nos comulgamos con ningún partido por ahora, parecemos obligados a aprender a hablar más duro, a ser más fuertes, a ser más machos; a hacer cochinadas de vez en cuando para salvar el pescuezo. La otra opción es aislarse, callarse y observar como mientras el país se hunde en la pobreza, en la guerra y en la brutalidad, los machos neuróticos, los caciques y los patrones se devoran unos a otros por el poder.

Quizás a muchos políticos y gobernantes se les olvida que la mayoría de los colombianos no somos guerreros, que muchos somos mujeres, niños y andróginos (no-caciques, no-patrones, no-machos cabríos) y no vemos la vida como una batalla. Que no queremos guerra y violencia en nuestro país, ni en nuestras casas, ni en nuestros trabajos, y mucho menos, en los espacios en los que se toman las decisiones sobre nuestro futuro. Si los que nos gobiernan se siguen aliando con los que nos matan ¿cómo quieren que confiemos en su democracia?; si en nuestro congreso, en nuestras alcaldías y gobernaciones los que nos representan siguen robándose la plata de la salud de nuestros niños, de la educación de calidad de nuestros jóvenes, ¿cómo putas quieren que participemos en sus elecciones, que votemos por sus candidatos y sus partidos? ¿Con qué autoridad moral nos piden que no consumamos drogas como si hacerlo fuera un pecado o un delito si ustedes cometen y permiten, por la plata de la droga que financia sus campañas y sus curules, los pecados más atroces? Ustedes, señores políticos deberían sentir un poquito de vergüenza con el país, deberían renunciar todos y cada uno, porque por acción o por omisión han permitido que el país sea saqueado y repartido por los señores de la guerra a costa de muerte y alienación. Deberían entregarle el país a los jóvenes, a los artistas, a las amas de casa, a los intelectuales. Deberían darse unas vacaciones colectivas y llevarse a los violentos que patrocinan a una playa nudista; a ver si cuando vuelvan les tenemos un mejor país, un lugar en el que no nos de miedo y cansancio vivir.

Déjennos por un tiempo decidir realmente sobre nuestro futuro; a la mierda sus elecciones porque hasta ahora no nos han podido garantizar que los malparidos, las gonorreas, los hijueputas y los pentahijueputas ocupen nuestras instituciones democráticas. Viva la democracia, pero lo que ustedes tienen montado no es una democracia. Lo único que elegimos los colombianos es al funcionario del Estado que nos va a robar, al empleado público que nos va a vender ante uno u otro bando. Ustedes señores políticos corruptos, narcopolíticos, parapolíticos, guerripolíticos producen uno de los sentimientos humanos que más se acerca al deseo de ejercer violencia; el desprecio. Si, algunos de ustedes son seres despreciables, feos, malos y dan susto. No por eso se merecen lo que ustedes patrocinan; no se merecen la miseria, tampoco la muerte, la tortura o la humillación. Nadie se merece eso. Por eso sería mejor que abdicaran con cabeza gacha al privilegio que da la democracia de decidir, deberían renunciar a los espacios en los que se legisla y se dirige El Estado. Allí donde se encuentran los sueños y las ideas que servirán de norte para construir nuestro destino, debería prevalecer la ternura, el respeto y la solidaridad. Mientras que las ideas, los sueños y las emociones sigan enfrentándose a punta de infamias y de balas, de mentiras y de odios, muchos seremos los excluidos. Porque la opción de muchos es no patrocinarles a los parapolíticos, a los narcopolíticos, a los politiqueros y a los corruptos las cochinadas que hacen con la gente, con la plata y los poderes del Estado y con la democracia.

Da lástima ver el espectáculo de circo romano; la tragicomedia de nuestra vida política y democrática. Todo es un show, una puesta en escena en la que cada cual dice que quiere una sociedad justa, pacífica, bella, incluyente, pero cada político y cada partido desea lograrlo solamente con sus amigos, con los que piensan como ellos, sin que las demás ideas y sueños tengan algo que ver, sin que la mirada crítica del ‘opositor’ logre modificar nada. Es la actitud típica del macho alfa de la manada, de las superioridades darvinistas, en las que se está dispuesto a defender la supremacía y el poder, en la que la paz es unilateral y esclavizante y se le mantiene a mordiscos y empellones. Y eso que, supuestamente, la clase política está integrada por las mentes más lúcidas del país. Lo que es seguro es que no han logrado ver cosas tan sencillas como que lo importante es acabar con tanta injusticia, con tanta pobreza, con tanto dolor, no ostentar el poder para imponer su voluntad y sus ideas. No han logrado ver que entre ellos, supuestamente, están algunas de las mentes más visionarias, los caracteres más altruistas, y que cada uno posee un lugar importante en lo que pase con Colombia; bueno o malo, bello o atroz. Aquí no se necesitan machos alfa, ni caciques, ni mártires, ni verdugos castigadores, ni un ejército de no-sé-cuántos-millones de colombianos como el que quiere Uribe. Aquí lo que necesitamos es un equipo de todos los colombianos; hombres y mujeres, machos cabrios y andróginos de espíritu, caciques empalagosos y humildes siervos, empinados intelectuales y sabios de esquina… Quizás eso sea posible si se le permite tener asiento en nuestros campos y ciudades a las abstracciones que parecen ser para nosotros la igualdad, la justicia, la bondad, el amor, la ternura, el respeto, la solidaridad y la cooperación.

Sí, puede que suene muy cursi pero creo que con excepción de algunos políticos y gobernantes de este país los demás colombianos pensamos también con el corazón. Al fin de cuentas lo que todos queremos en no seguirnos matando y recuperar la cordura.

Suerte pecuecas…

Diego D.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Contra la frigidéz filosófica

Crónica de una noche de raga chocoana

Aunque llovía a borbotones la noche tenía el calor del pacífico, el color amarillento de la luna llena en mayo. La música inundaba las calles atestadas de negros y negras que rompían en carcajadas maliciosas y cantaban entusiasmados las letras de las canciones de moda. El aire, aunque pesado, dejaba respirar un olor fuerte y energizante; como el delicioso calor húmedo del vapor de una cazuela de mariscos que sabe a mar, a licor y a lujuria. Eran casi las nueve de la noche y ya el biche empezaba a hacer efecto a pesar de los escasos dos tragos que me tomé después de la comida. Era un momento perfecto para salir a bailar, a vivir la noche chocoana. Había pasado ya casi cuatro días trabajando en Quibdó y gracias a que el sofoco me había aplastado en las noches pasadas, esa noche, la última, me sentía capaz de soportarlo e ir a una discoteca a sentir la rítmica estridencia de la raga y el calor de los cuerpos sudorosos que bailan sin parar. Entré a la discoteca acompañado por John y Mafe, una pareja de negros que me habían acompañado esos días en un taller sobre filosofía y cultura y que tras una conversación sobre sexualidad y rumba me habían invitado a salir de baile. John tenía la piel tan oscura como la noche misma y su cuerpo esbelto y torneado por el ejercicio diario de su trabajo. Mafe poseía las nalgas, las piernas y la piel más firmes que yo hubiera visto nunca. Sus ojos penetrantes y sensuales pero lo suficientemente distantes de un mestizo como yo como para no generar expectativa alguna en mi ni celos entre los de su raza, quienes hubieran defendido a su negra de un “paisa” como yo sin dudarlo. Sin embargo, para ser sincero, uno siempre espera despertar el deseo de una negra como esa: aunque fuera por una sola noche eso le sube la autoestima a cualquiera. Entramos al lugar y la oscuridad no dejaba reconocer los rostros de quienes allí se encontraban. Sin embargo podía verse como la música acercaba las parejas que bailaban frenéticamente al ritmo de la Raga. Vale decir que para un hombre como yo, acostumbrado al baile sensualmente conservador de Bogotá o al coqueteo distante de la zona cafetera, presenciar por primera vez una sesión de Raga chocoana era asistir a un carnaval lleno de erotismo y desenfreno. Era como presenciar sexo en vivo con las ropas puestas. Al principio uno no puede evitar sonrojarse un poco; es normal. La sensación de bochorno, el morbo reprimido que se trae desde la capital, la inevitable excitación de algo que es casi impensable cuando se asiste a una noche de rumba en una discoteca de la zona rosa. En una esquina del bar alcancé a divisar a una pareja que se movía con locura; ella, dándole la espalda a su compañero, sacaba sus enormes nalgas y las ponía a disposición del hombre que la golpeteaba con la cremallera de sus pantalones y le daba una que otra palmada mientras blanqueaba los ojos como poseído por algún espíritu del África negra. Una y otra vez el hombre acercaba sin ningún tipo de pudor o prevención su cuerpo al de ella, cada vez con más vehemencia lo cual generaba en mi una sensación de estar observando un acto íntimo, un acercamiento sexual; un polvo en plena pista. No pude evitar preguntarme si él tuvo una erección y pensé inmediatamente que si esa noche era mi momento de bailar raga quizás no podría dejar de excitarme ante el contacto tan cercano con las nalgas de una negra firme y sensual como la que bailaba con aquel hombre. Finalmente, luego de que John me sacara de mi estupor nos sentamos en una mesa y pedimos media botella de aguardiente Platino. Mis guías, al ver el curioso morbo que despertaba en mi la escena hicieron lo posible por darme el contexto de la situación y me dijeron que allí el baile era también una forma en que la sexualidad tomaba forma. Pero por más que le expliquen a uno el asunto eso no es comprensible hasta cuando la experimentación se da paso. Pregunté si podía yo sacar a bailar a una negra sin generar malos entendidos y ambos se cagaron de la risa. -¿Malos entendidos?- me dijeron – Cuando uno está bailando lo único que se entiende es que está bailando. Primero piense si puede con una negra de esas y el resto pasa en la pista- La pregunta cayó muy bien, porque empecé a evaluar la dotación con que contaba para enfrentarme al baile y luego de tomarme un trago me levanté desafiante para sacar una negrita deliciosa que estaba en la mesa contigua a la nuestra. Ella me miró de arriba abajo y esgrimió una risita entre burlona y coqueta. –Hola, soy Diego. ¿Tu cómo te llamas?- Ella me miró con sus ojos grandototes y me cogió la mano para salir a la pista. –Natalia- me dijo –Pero vinimos fue a bailar y no a hablar-

Una vez ella dijo esto entendí en qué consiste todo. Se trata, al contrario de lo que pasa en el interior del país, de empezar el cortejo bailando y dejarse para después las presentaciones y el protocolo. Se trata, en últimas, de lograr que la pareja se desenfrene en la pista y que surja la confianza suficiente, además del gusto y la picardía, para en algún momento poder rosar el cuello sudoroso de la pareja con la propia respiración o acariciar sus piernas y sus nalgas como parte de un ritual que va y viene del sexo al juego, del deseo a la ternura. Si. Natalia, me enseñó a bailar Raga chocoana sin sentir vergüenza por el contacto, ni pudor por los olores y sudores propios de una noche de discoteca en Quibdó. Luego de un rato en la pista yo ya no era el distante filósofo que había ido al Chocó a descrestar calentanos o a vivir una experiencia antropológica con los negros, o a hacer turismo en zonas vulnerables. Casi que podría decir que era un negro más en una discoteca y cuando descubrí eso fui realmente feliz. Entendí que a todos se nos para cuando bailamos como lo hacen allá. Que nadie, por pudoroso que sea, se puede resistir a la deliciosa sensualidad de una negra como Natalia. Que, como dicen por ahí, todo consiste en dejarse llevar: aunque confieso que casi me vengo.

Filosóficamente inapropiado II


De homine pateticus


A veces, a pesar de la estimulante costumbre de visitar las vastas regiones de la filosofía, me siento realmente ridículo, patético y estúpido. Hoy por ejemplo, cuando después de casi tres meses de amoríos idílicos, de caricias, sexo y palabras bellas el remedo de mujer me mira con cara asustada para decirme que estuvo con otro. Splash cabrón, el suelo siempre te recibe cuando menos lo esperas. Y no es posible evitar el rubor; un poco de rabia es cierto, pero también vergüenza conmigo mismo, pena con mi ser interior, si es que me queda algo de eso, por haber sido, otra vez, un pedazo de güevón. Si se siente rabia porque pensar que durante un fin de semana, gracias a la intervención de otros labios, aquello de lo que no se esperaba mucho termina por fin en algo de lo que no se espera nada, resulta apenas lógico y sin embargo duele. ¿la efemeridad de la vida?, me pregunté, ¿la idiotez de la mentira? o simplemente la dura mirada de la verdad. Quién sabrá de esa mierda. Yo por lo pronto me siento un ridículo con amores ridículos, un patético que se conforma con amores patéticos para no morir de soledad o simplemente para no recurrir a la solitaria y reconfortante terapia de la masturbación. Ah pequeña mujer de grandes ojos, si supieras lo duro que es sentirse estúpido quizás entenderías porque hoy te mire con ojos de ira, de ironía, de desazón. Lástima. En verdad disfrutaba tu cuerpo.

A veces uno se siente cáustico. Hoy por ejemplo, a pesar del dolor de saber que ya no la volvería a ver, no pude evitar hacerle un par de chistes negros sobre toda la basura que me dijo, la cual ni siquiera era necesaria para tenerme contento esos días…con su sexo hubiese bastado. Si tan solo hubiera callado para entregarme su sexo sin promesas ni siquiera le hubiese reprochado nada.

Muchas veces uno se afirma mágico. Sobretodo cuando las piernas cesan de temblar y reposan de nuevo en tierra firme, y se descubre que el vértigo es sólo una creación de la mente pues ¿si de todos modos habremos de caer, para qué carajo aferrarse al viento?

A veces el amor es filosóficamente inapropiado... porque ni los mejores argumentos logran deshacer los artilugios de sus ojos.

Hasta la vista baby.

martes, 4 de septiembre de 2007

¿Una colecta para pagar la renta de Don Ramón?


Hay un nuevo grupo en el Facebok que realmente me causó mucha risa y solidaridad. Se trata de una campaña para hacer una colecta mundial para pagarle la renta a Don Ramón. Muy altruista la causa pero yo no pongo ni un peso para eso. Primero por que antes tengo que garantizar el dinero de mi propia renta, y segundo porque me parece que para Don Ramón es casi una cuestión de honor no pagarle la barriga al señor arriendo.... Eso ya no es un asunto meramente material... es un acto simbólico del pueblo mejicano en contra de los capitalistas manitos, como diría un amigo de izquierda. Claro que me voy a unir a la causa de ayudar a ese noble héroe latinoamericano, pero defenderé mi posición hasta que Don Ramón o mis posibilidades económicas determinen lo contrario. Creo que hay que seguir adelante con la colecta pero para dotar a Don Ramón de herramientas de resistencia civil. Por ejemplo, comprarle un intercomunicador o una alarma que detecte la presencia del Señor Barriga. Construirle un túnel de escape que salga desde su casa hasta el patio trasero de la vecindad, una barricada contra desalojos y pagarle un cursito de defensa personal. Además sería bueno contratar un abogado para ver qué posibilidades hay de que Don Ramón se quede definitivamente con el predio, puesto que ya lo lleva ocupando mucho tiempo. Pero ni por el putas utilizar el dinero de la colecta para pagarle al "tinajo desparramado" ¡Viva Don Ramón!

jueves, 16 de agosto de 2007

Filosóficamente inapropiado...

I. Problemas de identidad personal


Luego de una agobiante espera en la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales, y tras soportar el sonido desesperante de la maquinita que anuncia los turnos, el burócrata del módulo que me correspondió, tras revisar mi documento de indetidad y cotejarlo con mi rostro me preguntó con cara de confundido:

-Discuple señor, ¿está usted seguro de ser Diego Duque?

La pregunta me cogió cansado de la espera, neurótico por la ineficiencia del lugar e indignado por el tono inquisitivo del hombre. A pesar de todo, yo, asumiendo mi pose filosófica ante una pregunta tan trascendental como esa empecé a reflexionar al respecto. Pensé en los leves cambios que había tenido desde mi frugal infancia hasta ahora, en la mala calidad de la foto de mi documento, en las persistentes preguntas sobre mi identidad a pesar de haber aplicado la máxima socrática “conócete a ti mismo”, en el problema kantiano de la permanencia de la identidad personal e incluso en teorías orientales de la transubstanciación. El hombre permanecía mirándome con sospecha ante la profunda reflexión en la que me había sumergido y con cara de quien entiende poco me instó a que le respondiera pronto, pues, según él, de no tener clara esa “información” mi trámite no podría ser completado.

-Mire hombre- le respondí- el hecho de que mi apariencia haya cambiado un poco no quiere decir que mi identidad personal, mi esencia también lo haya hecho. Claro que estoy seguro de que yo soy quien digo ser, esto es, Diego Duque. Así que deje de hacer preguntas insulsas y apúrese con el papeleo que tengo un hambre atróz-

Aunque mi respuesta parece haber sido elocuente para el engominado burócrata pues procedió sin más reparos, debo confesar que salí de ese lugar aturdido y abrumado por la duda y cuándo crucé la calle sentía que yo podría ser cualquier otro... Fue horrible.

!Eso no se le hace a un filósofo!


Diego Duque.... !al menos eso creo!

miércoles, 15 de agosto de 2007

La era del fin I


Llegó a mi Facebook una invitación para linkearme en un grupo de gente que se pregunta si va a temblar en Bogotá. Me uno con gusto a este grupo con temores cataclismicos e intuiciones tectónicas. Quisiera aportar una breve analogía con respecto a lo de la temblada. Bogotá hace mucho tiempo está, como algunas quinceañeras, aguantándose las ganas y reprimiendo su vitalidad para no defraudar la familia. Hace mucho tiempo no tiembla y eso, según un amigo que sabe de todo, es una señal preocupante porque puede estar acumulandose mucha tensión entre las placas tectónicas que sostienen este altiplano y cuando esta tensión se libere puede producir una muy fuerte explosión de energía. Un temblos de padre y señor. El asunto sería como lo que le pasa a un resorte, o mejor, como lo que viven algunas niñas de diecisiete años a quienes sus padres cuidan, vigilan y castigan con esmero durante todo el bachillerato pero que una vez va a su excursión de grado once desfoga toda su furia y desenfreno, bebe como una degenerada y cabalga sobre el cuerpo de un negro de 2 metros sin más protección que su piel virginal. La niña se vuelve un tres, pues tanta energía reprimida no puede generar sino una hecatombre, un desmadre. Así que si andan asustados pues ténganse fino como dicen en mi tierrita porque si tiembla va a ser con todos los juguetes. Recen, encomiéndense a Buda, a Shiva, Alá o incluso unánse a una cadena de oración fuerte porque no hay de otra. Quizás sí... Depronto al presidente se le ocurre proponer un articulito en las leyes de la naturaleza para que no tiemble durante su gobierno. Grave, porque ¿con qué plata sigue financiando su fracasada seguridad democrática? Ojalá no tiemble...

Diego Duque

lunes, 13 de agosto de 2007


HABLAR...


Hablar y hablar hasta desgastar el verbo

Conversar, dialogar, hablar mierda…

Hablar por hablar; hablar para poder hablar

Hablar del alma, del éter, de neurotransmisores y de lo tremendo.

Hablar del clima, del sexo de los ángeles, de los divertimentos del diablo.


Hablar, hablar, hablar.


Hacer del habla una tabla para deslizarse

Bla, bla, bla.


Hablar de amores y desamores

Hablar de la cola del perro, del significado de la palabra significado,

de las tentaciones de Dios, del abismo en lo profundo del alma…hablé, habló, hablamos


Hablar consigo mismo, con la vecina que está buenísima, con el viento.

Hablar sólo, caminando, recostado en la piedra que está junto al río…hablar con ella.

Hablar de ella.


Hablar de lo ínfimo, de lo sublime, del horror, de la felicidad.

Hablar sobre hablar; sobre el sonido líquido de la palabra “hablar”

Hablar de cómo hablar, de los tonos, los ritmos, las cadencias

Hablar contra el silencio, hablar desde la cueva.


¡Habla…Habla…Habla!

Un fragmento de....


JUDAS CRISTO

A la espera del exterminio

I

El anuncio

Cuando Dios habla a los hombres su voz llega como una migraña, como una fiebre alucinante, como una convulsión epiléptica. Dios no susurra nada al oído; su aliento no acaricia, su mensaje no es un abrazo. Su palabra siempre habrá de llevarnos al suelo, nos hará morder el polvo cuyo sabor ocre habrá de confundirse irremediablemente con el sabor de nuestra propia sangre. Su mensaje es indescifrable; no hay gramática que lo agote, no hay voz que lo promulgue. Su palabra es verbo, no hay más remedio. Sólo somos el último peldaño de la compleja estructuración de su voluntad, del azaroso devenir que tan fríamente ha calculado. Él actúa a través nuestro. No hay sufrimiento, ni dolor, ni felicidad en las empinadas cumbres de Platón; nosotros somos el sufrimiento, el dolor y la felicidad de Dios. Fuera de nuestro suplicio sólo existe el desierto.




La fiebre del profeta

Isaías

-¿Quién delira? ¿Quién murmura a mi oído esas palabras?-

El hijo de Amós busca entre sueños alguna pista, algún indicio que haga del destino algo menos escurridizo. Se tambalea por los caminos pedregosos en las mañanas, por el desierto abrasador en las tardes, por los resquicios de su casa en las noches. Su mirada perdida pero alerta, sus ojos cansados pero ansiosos, sus manos frías pero siempre con algo del calor que emana su fiebre interna; del incendio en el alma que incinera sus entrañas.

De pronto, sin cita previa ni aviso Dios lo invade. Isaías se reduce, se achica, se siente una ínfima existencia ante la portentosa presencia de Dios. La luz que se cuela entre las ventanas de su casa, el trueno que estremece la cabeza, la fiebre que nace desde el alma y que empieza a consumirlo en sudores. Sus labios se revientan hasta sangrar, sus ojos estallan en visiones.

-¡Y si sólo es la fiebre!

Saltan una a una las letras de una frase escrita en el alma hace ya mucho tiempo. Vuelan y revuelan alucinaciones como moscas que rondan el pegote de miel que queda sobre la mesa. Se revelan los libros antiguos y Dios escupe sus amenazas y sus promesas ante la humanidad aterrorizada del profeta. Su catre de paja lo abraza, lo asfixia; las ropas aplastan sus genitales y hacen que su piel arda como después del fuego.

El mensajero de la ira de Dios, de las promesas de redención lleva como un suplicio su encargo. Las palabras apenas y son suficientes para dar el anuncio. Va con un triste brillo en la mirada, la congoja acompaña su alma.

Su casa, la habitación que se ha convertido en la cárcel, se abalanza sobre él en los días en que el aliento divino la inunda, lo encierra como a un criminal en su masmorra. Sí, también el espacio cobre voluntad y simplemente lo posee. También esas paredes desatan su ira y le muestran sus dientes afilados que prometen la dentellada. Hace rato sintió la nausea y a ella le sobrevino el vomito que aún recuerda por el agrio sabor en su boca. La habitación conserva la pesadez del olor de sus despojos y su cuerpo se consume lentamente en la inmundicia.

-¿Y si todo es sólo una alucinación. Una locura que brotó de la ebriedad de Dios?

Isaías intenta ponerse en pie pero se tambalea, lucha por recobrar la cordura, la calma, pero alucina. Bebe un poco de agua pero la siente manchada como si hubiesen vertido en su transparencia la baba espesa del aceite, el sabor áspero y ácido del polvo. Hasta el agua le produce nauseas. Los sudores no cesan y debilitan las estructuras de su cuerpo, como si se tratara de los incendios que Dios le anuncia habrán de debilitar las cimientes de las ciudades impías; como las llamas que devastarán a los perros que no reconozcan a su amo. En sus oídos estallan los gritos desesperados de hombres y mujeres, niños y ancianos que arden entre las hogueras. El trance lo lleva hasta el delirio y la palabra brota a borbotones.

-¡Judá, Jerusalén! Jehová vendrá a juicio contra los ancianos de tu pueblo y contra tus falsos príncipes; porque vosotras habéis devorado como cabras mi viña; y los despojos de tu agravio aún reposan al sol llenando tu casa de hedores-

Los gritos desgarrados inundan el silencio y los ojos del profeta se desbordan en llanto. Apenas alcanza a tomar un poco de aire, a recuperarse del ahogo que le producen sus gemidos para que nuevas palabras llenen de angustiosos alaridos las paredes de su casa y retumben aún en las dunas del desierto.

–Hijas de Sion. Concubinas de la oscuridad. En lugar de los perfumes que inundaban tus salones por tus calles pecadoras y blasfemas la hediondez se paseará haciendo que se pudra cada rastro de tu estirpe; y el cinturón con el que un día ceñiste tu cintura apretará tu cuello hasta que exhales como los becerros de tus falsos sacrificios; y la larga cabellera con que adornabas tu vacía cabeza será arrancada hasta la sangre. En lugar de hermosura será para tu piel la quemadura y el viento será llamarada-

Entonces sucede la convulsión y el profeta cae a tierra retorciéndose como un gusano entre un montón de sal. Y vuelve a su cabeza el chirrido, la punzada que se instala y nubla su mirada. No tanto como para que no vea nada; no tan poco como para que no sienta asco por cada ángulo difuso que ausculta su vista. Luego de unas horas Isaías reposa aún en el suelo exhausto, sin fuerzas ni para hacer que sus ojos regresen a sus orbitas o para retener las babas que escurren desde su boca. Ya el mensaje está entregado y el profeta aún tiembla compulsivamente. Lentamente su respiración va haciéndose normal y su cuerpo va asimilando poco a poco la frescura que entra por la rendija de la puerta y que le golpea como una caricia su rostro. Isaías, el hombre inmundo de labios, aquel que vive entre un pueblo de palabra y espíritu inmundos ha visto de frente a Jehová señor de los ejércitos en un trono alto y sublime que se levanta por sobre las ruinas y los despojos de los infieles.

Como si se tratara del último suspiro el profeta musita

–Y saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. No juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra; y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío. Y levantará pendón para reunir los ejércitos de Judá esparcidos por los cuatro confines de la tierra. La envidia y la ignominia de los hijos de Efraín se disipará y los enemigos de Judá serán destruidos -

En las paredes de la casa de Isaías quedan grabadas con fuego las palabras que Jehová ha puesto en sus labios, en su mente enajenada, en su carne que arde en estigmas. La fiebre vive con él durante algunos días, lo adiestra como a un perro, lo engolosina con sus fantasías y lo aterroriza con los espectros que fabrica para su horror. Luego Dios hace lo suyo y escupe sobre la humanidad la palabra. Entonces se va. Pero deja en su piel el ardor, deja el temblor en las piernas y el sabor amargo en la boca. El hombre, el profeta sabe que Dios siempre golpea de nuevo. Sólo espera.


Acceso carnal divino

María

“Por tanto, el Señor mismo os dará una señal: He aquí que una virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel”

Isaías 7. 14

La tarde de la visita de Dios María amasaba el pan de la cena. Desde su niñez había aprendido de las ancianas de su casa a acariciar la masa con ternura; la mirada siempre fija en cada movimiento de las manos, la actitud serena, el alma reposada, el canto que se oía hasta el río. De alguna manera el calor de la tarde se menguaba con el aliento santo de las canciones de María. La pura, la limpia de corazón y noble de conciencia se entregaba a su obra como si se tratara de la creación misma de la humanidad. De vez en cuando se limpiaba las manos con su delantal para atizar el fuego que habría de terminar la tarea y para secar el sudor de su frente que en pequeñas gotas nutría con su sal el sagrado alimento. Esa tarde, cuando cerraba la portezuela del horno tras haber dejado en su interior el pan, un viento musical invadió la casa y levantó de la mesa una nube de harina que se dispersó rápidamente. María corrió para guardar la harina en la jarra y cuando la levantaba para ponerla en su lugar un aliento cálido subió por sus piernas e invadió cada poro de su piel. El cuerpo inexplorado de María tembló y la jarra de harina cayó de sus manos lívidas para estrellarse contra el suelo. La virgen de la familia se estremeció. Sus blancas mejillas estallaron en rubor, sus pechos se hincharon, su sexo se humedeció como el rocío y sus piernas empezaron a temblar hasta hacerla perder el equilibrio. María calló de espaldas contra la mesa quedando sentada en ella con las manos extendidas a los lados de sus caderas y las piernas abiertas sintiendo como el aliento de Dios lamía su intimidad. Sus ojos se desorbitaron y quedaron cegados por una intensa luz que entraba por la ventana. Sintió como sus entrañas eran empujadas anudando su garganta en un ahogo nunca antes experimentado. La pura gimió y sintió su corazón estallar. Gimió una y otra vez extasiada. De pronto, como una herida, sintió un dolor desgarrador que subía desde su entrepierna, pasaba por su vientre y se instalaba en su cabeza como un chirrido, como una palabra suspirada en una lengua divina; -Emmanuel- Un grito de mujer virgen inundó las montañas de Nazareth; un sollozo de dolorosa felicidad apaciguó los remolinos que se hacían en los caminos y precipitó la puesta de sol. María caminó con dificultad hacia su catre de paja y descansó por un momento del trance que había vivido. Aún sentía el calor en su cuerpo y su corazón latiendo frenéticamente. Sabía que había recibido un mensaje de Dios; era indudable que esa había sido su presencia, pero aún no entendía el propósito de la visita.

-¿Por qué Dios me visita a mi?, ¿por qué tanto placer, tanto dolor Juntos? ¿quién es Emmanuel?- María, recostada en el lecho que habría de compartir con José, se sintió infiel, pecadora; pero también se sintió feliz y mordió sus labios ante la vividez del recuerdo. Sintió que su corazón había sido manchado por el placer y lloró hasta quedarse dormida. En sus sueños vio a un niño que era el hijo de Dios y luego vio salir a José detrás suyo para levantarlo en sus brazos. Ella ponía el pan sobre la mesa y un ángel bendecía su vientre e invitaba a José y al niño a cenar. María despertó con un resplandor en sus ojos y su alma regocijada. Por un momento creyó que incluso la visita de Dios había sido tan sólo un sueño, pero al ponerse en pie vio que en sus sabanas quedaban los vestigios del hecho. Las lágrimas de sus sollozos, el sudor de sus calores, la sangre de su virginidad que se mezclaba con los fluidos de su sexo. Entonces sintió miedo; miedo de la mirada de sus padres, de las maldiciones de sus mayores, del abandono de José. Pero en su corazón sabía que Dios no la dejaría sola, que pronto también debía hablar al hombre. Un olor a casa llegó hasta su nariz y María se puso en pie aún mareada y confundida. El pan ya estaba listo y pronto llegarían los comensales.

¿JAIKUS?


De la bella locura…

Sus ojos mirando al cielo



En el parque los columpios;

Con risas de niño rompen el silencio



¿Vivos los árboles saludan a las golondrinas?

Viento matutino de la sabana



¿Juegan las moscas con la luz que se refleja en la ventana?

El viento a veces se dibuja en las sombras.



Tango. No conocí tu arrabal, ni oí el adolorido son de la voz de tu Malena.

Bandoneón que gime con el viento; aquí estoy.



¿Qué pasa con las sombras en la noche?; ¿a dónde van?

¿Se acurrucan en el alma?, ¿se engolosinan con el dolor?

Nada más temible.



¿Te vas acaso inundando de llanto la tierra?

Nunca tus pies pisaron mi suelo



Deriva

¿Cómo mueve Dios los hilos de este enmarañado cosmos?;

¿Cómo concibe las voluntades de estas humanas mentes?

O Preguntas ¿bajo el influjo de qué misterioso capricho navegan las almas en medio de tantas tempestades, de tantos naufragios? No. Lo siento. No navegan.



¿Visitaré las profundidades del mundo abisal?

¿Me dejaré inundar por sus colores?

El ácido punzón de las rayas en el pecho.



Ojos de tempestad

¿Cuándo será tu tormenta?



De labios nuevos se embriagó mi beso

Aún en la noche lloran ángeles tu adiós



Al cielo, tus ojos haciendo brillar la noche

La herida de luz, la caricia de fulgor estrellado



TRANSMILENIO: ¿MONTAR O SER MONTADO?

6:00 PM Estación las Aguas.

El asunto es sencillo. En primer lugar ubíquese en la última posición de la secuencia finita de individuos humanos que se dirigen hacia el módulo de intercambio comercial de dinero por tarjetitas de acceso a los beneficios, y maleficios, del servicio de transporte masivo de la capital.

Una vez usted ha llegado con pasitos de pingüino al módulo antes mencionado y ha adquirido su tarjetita, sírvase ubicarse, de nuevo, en la última posición de la secuencia finita de individuos humanos (en adelante fila) que una vez superada le permitirá deslizar con ritmo y gracia su cintura, cadera, pierna, ombligo (variaciones de acuerdo al tamaño y sexo del individuo) por un mecanismo de conteo electromecánico en el cual se registrarán, entre otros datos, el número de accesos al sistema, la validez de las tarjetitas, el tamaño promedio de los usuarios y el estado de general del hígado, el páncreas y el aparato reproductor de los y las bogotanas. Luego de la validación de la tarjetita y de la ecografía gratuita (indicada por la ingestión de la misma por parte del mecanismo de conteo electromecánico, una señal luminosa en forma de flecha verde y una señal sonora Pii) camine en zigzag por las plataformas procurando no pisar a un neurótico, no estrujar a una menopaúsica, no atravesarse en el camino de algún sicótico desesperado ni pararse en medio de los carriles por donde transita la estampida de viajeros. Si no tiene ni la más remota idea de cómo llegar a su destino porque ignora el significado de las convenciones, signos y códigos que aparecen en la parte superior de los módulos rodantes (buses articulados, acordeones, cajas de sardinas, transmillenos, etc) diríjase con humildad y disposición para el aprendizaje hacia uno de los tableros informativos que los operadores del sistema han diseñado para el disfrute y servicio de propios y extraños. Si luego de una primera lectura analítica y semiótica usted no ha logrado descifrar el significado no desista, échele otra lectura, analice con calma y trate de no desesperarse. Si a pesar de su esfuerzo e interés por la comprensión del asunto no logra los frutos que usted esperaba no se sienta mal, ni desestime sus capacidades de razonamiento abstracto. Recurra a la vieja y eficaz interacción cara a cara con fines de obtención de solidaridad y apoyo por parte de un congénere que se encuentre en una situación similar a la suya o con un o una individua que maneje con mayor habilidad y fluidez los procedimientos. Una vez identificado el código del modulo rodante que debe abordar para llegar a su destino, dispóngase a ejercer presión sobre la masa amorfa de individuos que esperan el mismo módulo que usted ha escogido para su traslado. Intente mantener una fuerza constante y evite los movimientos bruscos a menos que resulten necesarios para la defensa de la porción de espacio que le garantizará un lugar (digno o indigno) en el modulo rodante. Intente deshacerse de pudores y sensibilidades hacia el contacto físico con sus semejantes; en adelante su único límite con los demás será su propia ropa, su piel y su aura. Trate de mantenerse en su lugar con los pies firmes y por lo menos uno de sus brazos aferrado a una de las barras horizontales ubicadas en la parte superior del módulo. También hay ciertas zonas del módulo que cuentan con barras verticales con fines de apoyo para los viajeros y hasta una rotondita muy cómoda y sugerente.

Muy seguramente su posición se verá afectada por el constante acceso y expulsión de otros viajeros, razón por la cual deberá moverse con agilidad por entre los intersticios que van quedando del constante movimiento intentando siempre ocupar un lugar cómodo y seguro para usted. Recuerde: pies firmes y por lo menos una de sus brazos aferrado a una barra. Si cuenta con suerte podrá disfrutar de un viaje incomodo pero agradable al lado de una bella ejecutiva, una coqueta estudiante universitaria o, en el caso de las mujeres, de un exitoso yupie con olor a Hugo Boss, un musculoso bailarín de danza contemporánea o un atractivo estudiante de filosofía, artes o ingeniería industrial.

Si no cuenta con suerte podrá hacerse acreedor de un trayecto eterno al lado de un o una viajera con olores, intenciones, intereses y emociones non santas con respecto a usted, a su billetera. Para evitar el estrés en estos casos algunos expertos recomiendan técnicas de relajación que como el yoga, el taichí, la meditación zen y las oraciones al Divino Niño, han empezado a desarrollar ejercicios de respiración, relajación muscular y fortalecimiento espiritual que permiten sobrellevar los abatares de la vida moderna en espacios y situaciones de posibles colapsos nerviosos como buses, oficinas públicas y filas bancarias. Otros afirman que todo consiste en visualizar el momento y el escenario de arribo a la casa (la comida caliente, el encuentro con la persona o personas amadas, la novela de moda, un trago de whiskey, etc) para soportar el trance con templanza.

Una vez el modulo rodante haya arribado a la estación cuyo código corresponda al señalado por su informante intente, como pueda, ingresar al flujo o corriente humana que lucha por alcanzar las compuertas para recuperar su intimidad y dignidad. Una vez esté entre la corriente déjese llevar hasta que la inercia logre expulsarlo hacia uno de los pasillos en donde una masa amorfa pugna para ingresar al módulo rodante que usted intenta abandonar. Ya en el pasillo resulta necesario hacer un balance de las posibles perdidas producto del amasijo humano; billetera, celular, llaves, dinero o virginidades de diverso tipo. Si el balance es negativo diríjase sin pensarlo dos veces a la Policía para que su denuncio sea incluido en las estadísticas del Distrito en donde se evidenciará una rebaja notable de los índices de robo con arma de fuego. Si el balance es positivo dispóngase a salir, caminando en zigzag y esquivando humanidades, hacia los mecanismos de conteo electromecánico en el que se registrarán esta vez, entre otros datos, el número de usuarios que llegaron a su destino, los niveles de mortalidad al interior del sistema y los índices de robo de órganos durante los recorridos en los módulos rodantes.

Y recuerde que todo puede ser mejor.


EL HOMBRE DE LA CÁMARA

Era un día perfecto para estrenar la cámara que había podido comprar gracias a algunos ahorros y a la bonificación navideña del colegio donde trabajaba como profesor de filosofía. Tenía todo lo que había soñado de una cámara de video. Lente profesional L, zoom óptico de 20x/digital 40x, estabilizador de imagen, función de fotos en tarjeta de memoria SD de alta resolución (1.7 MP), formato Mini DV calidad profesional, 4 canales de audio con 2 conexiones XLR incorporados cada uno de 48V de potencia fantasma y 7 modos de grabación programados. Era una Canon XL2 para producción profesional de Cine y TV y videos de alta calidad. Estaba realmente feliz y pensó en todas las ideas que ahora podría hacer realidad, en los cortometrajes que reposaban como textos fragmentarios en la memoria de su computador, en las notas que había escrito en sus libretas registrando cuadros, escenas o tramas de historias que sabía que podía realizar con el solo hecho de tener esa cámara. Cuántos videos mediocres y cortometrajes sin sentido había visto en festivales de cine recibiendo premios y menciones, mientras que sus ideas geniales tenían que resignarse a permanecer en el anonimato por no tener una puta cámara. Pero ahora que tenía su nueva cámara sabía que la cosa iba a ser diferente. Se alcanzó a ver recorriendo la ciudad, el país, el mundo con su cámara y su portátil al hombro haciendo lo que tanto había soñado; encontrar personajes y situaciones dignas de ser contadas, y crear personajes y situaciones dignos de ser queridos u odiadas. El día que compró su cámara sintió que podía emprender el camino con el equipaje completo y, para empezar, salió al Parque Nacional bajo un sol que calentaba los cerros e iluminaba la ciudad casi de manera conspiratoria con su intención de hacer unas cuantas tomas y probar el aparato. Por un momento se quedó paralizado: de repente empezó a buscar los contrastes, los planos, los acercamientos y las perspectivas con sus ojos que ahora eran más que ojos; ahora eran fotómetros que permitían ubicar la luminosidad perfecta, la escena ideal, el enfoque tantas veces soñado. Entonces, cuando logró visualizar la toma, sacó su cámara y con suavidad la deslizó por el panorama de la ciudad yendo de un lado al otro, haciendo acercamientos de uno y otro lugar, siguiendo el camino que las calles le trazaban, filmando oculto como un vouyeur a los transeúntes y a las parejas que se daban besos y caricias en el parque. Todo era permitido para él. Cualquier imagen era una buena excusa para probar las propiedades y los aditamentos de la cámara. Encendió el micrófono y entonces se concentró en los sonidos. Cuando apenas y empezaba a engolosinarse y a explorar rincones del parque de los que siempre había querido tener algunas imágenes para intervenirlas sintió un golpe en el cuello y una punzada en la espalda que lo hizo rugir de dolor. Una voz tuberculosa e intimidante le zumbó al oído:

-¡Bájese de la cámara pirobito y no me haga escama porque le saco las tripas con este chuzo!

Por un momento sintió como la punta fría de la navaja amenazaba con romperle la piel y pensó irremediablemente en la muerte. Pero no quería morir. Ni siquiera por esa Canon XL2 hermosísima que había comprado con el sudor de su frente y con la que tantas veces había soñado. Pensó en soportar la puñalada y salir corriendo hacia la calle siguiente para ir a un hospital. Hasta pensó que ese sería un buen cortometraje: un hombre es apuñalado por asaltantes que pretendían quitarle su cámara nueva pero escapa sangrando mientras graba el angustiante trayecto en un taxi hasta el hospital en donde le practican una cirugía de hígado ante la gravedad de la herida.

-¡Corten!- diría el médico.

Un mediometraje perfecto.

Pero su vehemencia y su visión artística cesó cuando otro hombre se le paró enfrente y dándole un puño en el estomago le arrebató la cámara de sus manos mientras le decía amenzante:

­–¡Que entregués la cámara hijueputa o te chuzamos!-

-¡Malparidos. Mi cámara!- gritó desgarrado como si le estuviesen arrancando un ojo. Sí. Como si le estuviesen arrancando sus ojos. Aunque estaba casi arrodillado por el golpe, el otro hombre aún lo sujetaba del cuello y sostenía su puñal con firmeza.

–Que te callés cabrón- le dijo mientras le pegaba una patada en la espalda para dejarlo casi inconciente tendido en el prado.

Los hombres emprendieron la huida y uno de ellos camufló la cámara entre su chaqueta maloliente. La cámara permanecía encendida mientras los hombres caminaban afanosamente por las calles que sabían poco frecuentadas por la policía. El lente de la cámara quedó justo en uno de los rotos de la chaqueta del hombre que la llevaba y registró, gracias a su magnifico estabilizador de imagen, su poderoso lente y su agudo micrófono, el momento en el que los ladrones hacían cuentas del costo de la cámara y de cómo se repartirían el dinero.

–Severo juguete el que le quitamos a ese cabrón. ¿Cuánto nos darán por esa belleza en la olla? Violenta rumba la que nos vamos a pegar esta noche- decía uno de ellos mientras se escuchaban sus jadeos producidos por el paso afanado de la huida y la ansiedad de una noche de bazuco, trago y putas.

­–Yo lo que quiero es comprarme unos pisos y una chaqueta de cuero nueva para ir a ver a mi mujer. Esa cámara debe valer más de tres paquetes en un almacén. No se. Por ahora hay que llegar rápido a la olla antes que un tombo nos pare y nos requise, así que apure el paso y no pregunte maricadas- contestó el portador de la cámara mientras pasaba de caminar rápido a trotar con sospechoso afán. Al doblar la esquina de la iglesia de Los Mártires la cámara registró en el andén a dos policías, uno montado en su moto y otro tomándose una Pony Malta y un buñuelo. Los agentes, al ver a los dos hombres doblar la esquina con tanto afán y al notar la repentina frenada de uno de ellos, fijaron su mirada sobre los hombres y luego se miraron el uno al otro. Los ladrones, al ver a los policías, no pudieron evitar mirarlos a la cara y detenerse asustados ante el encuentro inesperado.

Jueputa. Los tombos- dijo el hombre de la cámara.

Qué hacemos- preguntó su secuaz con voz asustada.

Pues correr marica- dijo el hombre de la cámara mientras daba la vuelta y emprendía la carrera para rodear la cuadra y despistar a los policías.

Aunque era posible que los policías no hubieran hecho el menor esfuerzo por atraparlos, pues todos saben que un policía de Bogotá nunca deja una Pony Malta y un buñuelo empezados aunque frente a él estén robándole la caja de dientes a su mamá, sabían que su paso afanado, sus caras de malandros y el bulto que hacía la cámara en la chaqueta ya los había delatado, y que si pasaban frente a ellos seguro los iban a requisar. Entonces la cámara sólo registró imágenes confusas de las calles y el sonido de la carrera de los cacos que buscaban desesperadamente un refugio o una calle congestionada por la que pudieran llegar al Bronx sin que los policías lograran atraparlos. Sabían que una vez en la olla del Bronx era sencillo buscar un hueco, un rincón de un hotelucho o una caleta en un expendio para esconderse un rato mientras los policías se cansaban de buscar un par de ladrones en medio de la calle atestada de indigentes. Sin embargo, justo cuando iban llegando a la olla apareció sobre el andén la moto de los policías mientras uno de ellos saltaba con su arma de dotación apuntando hacia ellos. El hombre de la cámara se tiró al piso y rodó mientras su compañero quedó paralizado ante la amenaza del policía. El policía hizo un disparo al aire pero el hombre de la cámara salió corriendo de nuevo y, esquivando varios carros que pasaban por el lugar logró escabullirse por entre la gente que ya se había detenido a curiosear. Finalmente se internó en el Bronx y se refugió durante un rato en un edificio que funcionaba como centro de operaciones de una pequeña pero prospera banda de traficantes de droga. Entonces sacó con disimulo la cámara y la miró por todos lados para apreciar el botín. ­

–Sí, debe valer más de tres melones en un almacén. De pronto me den uno por ella aquí. Con eso me alcanza pa la chaqueta, los pisos, un regalo y mercado para la mujer, pa vivir unos días y para una rumba ni la hijueputa- dijo en voz baja mientras seguía examinando la cámara. La empacó cuidadosamente en una bolsa plástica y salió a buscar un cliente para el negocio. El hombre de la cámara se apresuró hacia la prendería de uno de los duros del Bronx que ya antes le había comprado algunas baratijas.

–¡Hey duro! Cómpreme esta camarita que le tumbé a un pirobito en el centro. Pille, está nuevecita. No tiene ni un rayón a pesar de que me tocó tirarme al piso porque un tombo casi me agarra. En un almacén vale más de tres melones pero se la dejo en uno- dijo el hombre de la cámara con voz de vendedor del mes.

-¿Usted es que es güevón? dijo con voz áspera el posible cliente -¿Cómo cree que le voy a dar un millón de pesos por una cámara robada? Ni yo, después de sacarle factura falsa, la puedo vender en eso. Le doy quinientos mil pesos y si no le sirven abrace de aquí gonorrea-

En ese momento la batería de la cámara se descargó.

Ese mismo día el maltratado dueño original de la cámara se dio cuenta de que la única posibilidad de recuperar su juguete era yendo a las prenderías del Bronx para ver si en alguna de ellas la habían comprado. Luego de una revisión médica, en la que le detectaron dos costillas rotas y una herida leve con arma blanca, se dirigió en compañía de un amigo al Bronx con una navaja suiza que le había regalado su papá y ochocientos mil pesos en el bolsillo para recomprar su cámara en caso de encontrarla. Recorrió una a una las prenderías del sector hasta que llegó a una en la que exhibian su preciada Canon XL2. ­

-¿Cuánto vale esta camarita? preguntó con la voz entrecortada por el susto y la rabia e intentando restarle al aparato los meritos por los cuales ya la había comprado una vez.

Esta belleza le vale un millón y medio. Está nuevecita. Mírela. Se ve que es muy fina y muy avanzada. Usted sabrá más de eso que yo. ¿La lleva?

Paradójica situación. El dueño legal de la cámara, el hombre que había trabajado durante un año en un colegio de segunda categoría, el que había aguantado estoicamente los regaños de una rectora menopaúsica y la bullaranga de unos adolescentes fastidiosos y prepotentes tenía ahora que ir a una prendería de mala muerte para volver a comprar la cámara que ya había pagado.

–No vale tanto- dijo -en realidad no es tan buena. Es más bonita que útil. Mire, ni siquiera dice “Professional” o algo por el estilo. Le doy setecientos mil pesos por ella y me la llevo--Listo- dijo un poco decepcionado el dueño de la prendería –pero venga se la empaco bien para que no dé tanto visaje. No vaya a ser que se la roben acabándola de comprar. Ja ja ja-

Cuando llegó a su casa revisó su dos veces comprada cámara para cerciorarse de que todo estuviera bien. Sacó el casette, lo rebobinó y miró atentamente a la pantalla para ver qué había logrado grabar. Se sorprendió al ver que su Canon XL2 había registrado con alta calidad de imagen y sonido todo el trayecto de los pícaros desde el lugar del robo hasta la prendería. Hizo una copia del material y luego lo puso en un sobre de manila que envío sin editar a un concurso de mediometrajes que había abierto el Ministerio de Cultura. Puso en el sobre el título “El hombre de la cámara” y dos meses después le anunciaron que había ocupado el segundo lugar en el concurso y que su mediometraje sería proyectado en tres salas de cine durante el festival de cine de Bogotá. Cuando le preguntaron cuánto había sido el presupuesto de su mediometraje respondió:

-Sólo gasté cien mil pesos en la consulta médica y las medicinas para mis tres costillas rotas, y setecientos mil pesos que me costó volver a comprar la cámara”



UNA LESIÓN HEPÁTICA

Una lesión hepática

Por el poder alcohólico

De un desamor lunático

Con un final irónico

Parece hacer caótico

Mi pensamiento práctico

Y me parece lógico

Que siga así de atónito


Se desenvuelve el tráfico

Entre el temor frenético

De un transeúnte ávido

Que espera un bus mesiánico

Más se despierta lúcido

Del estupor tiránico

Y asume el viento frígido

Que lo sumía en cólicos

Para escapar del pálpito

Y refrenar su pánico


Pero al pasar tan lívido

Las rutas de ese tráfico

Se oyó el estruendo gráfico

De un rechinar muy trágico

Que resonó en las súplicas

De una mujer histérica

Con un horror tan cómico

Que no evité ser cáustico


Una lesión hepática

Por el poder alcohólico

De un desamor lunático

Con un final irónico


D.D