viernes, 30 de octubre de 2009

Sin Pasabordo....

Apague su celular

Que mierda. Sabía que no se me podía olvidar. Ya una vez me había pasado pero no fue grave. Sucedió justo antes de despegar y aunque no faltaron una que otra mirada de reproche el asunto no trascendió. Pero esta vez llegó demasiado lejos. Eran las ocho de la noche y afuera llovía a borbotones. De vez en cuando un relámpago iluminaba las la las alas dejando ver como el agua golpeaba el fuselaje insistentemente. La mayoría de los cobertizos de las ventanas estaban cerradas y sólo la mía permanecía abierta. Quería ver la tormenta para satisfacer mi habitual morbo.

Hasta ese momento ninguna turbulencia había sacudido el avión lo suficientemente fuerte como para arrancarle un suspiro a los pasajeros. Sin embargo al volver mi mirada sobre mi compañera de viaje, una posicionadora de marca que debía diseñar una estrategia para vender sudaderas en la costa caribe, pude ver que luchaba desesperadamente por mantenerse recta en las sillas violando la ergonomía fetal del asiento. Su mirada permanecía fijada en el techo de la nave y sus manos casi arrancaban los descansabrazos de su silla.

-¡No te preocupes!- le dije como para tranquilizarla un poco –He estado en peores turbulencias y no ha pasado nada- La posicionadora de marca sonrió timidamente pero el temor no la abandonó del todo. Finalmente después de cinco infinitos minutos empezó a tranquilizarse, pues aunque la tormenta continuaba el Capitán había tenido el tino de hablarles a los pasajeros para informarles que todo estaba bajo control y que podríamos atravesar la tormenta sin problemas. El suspiro fue generalizado y pude ver el rostro complacido de la posicionadora de marca. Nos miramos con complicidad y justo cuando iba a hablarle, a decirle que menos mal había pasado la tormenta, que yo también estaba un poco asustado, que se veía más linda cuando sonreía que cuando estaba horrorizada y en fin, cuanta zarta de lugares comunes se me hubieran ocurrido, justo en ese momento sonó mi celular. Jueputa.

En ese momento la luz del avión se apagó por un segundo y experimentamos una turbulencia de esas en las que uno no puede gritar porque la sumergida lo deja sin aire. Se vieron rayos y centellas en el exterior de la nave y un trueno retumbó como si un cañón hubiera sido disparado desde el baño del avión. Los segundos en los que todo pasó transcurrieron como horas y cuando por fin la luz de los pasillos retornó y el avión recuperó su estabilidad lo primero que vi fue la cara de la posicionadora de marca, no aterrorizada, sino enfurecida e histérica que se abalanzaba sobre mi para descargar su angustia sobre mi ojo izquierdo.
–Estúpido- me gritaba mientras se ensañaba ahora con mis brazos y mi pecho.

El ataque de la posicionadora de marca fue veloz y contundente. Y cuando me reincorporé al tiempo que escuchaba una protesta del ochenta por ciento de los pasajeros, miré hacia los puestos vecinos en los que una pareja de una colombiana made in Corozal y un Europeo marca British, me miraban indignados y deseosos de seguir el ejemplo de la posicionadora de marca. Aún faltaban tres horas de vuelo y el resto del viaje fue la prolongación de la vergüenza más atróz que he tenido en mi vida. Ir al baño se convirtió en la pasarela perfecta para que cada quien me apuñalara silenciosamente con miradas de reproche y de rabia. El café fue la oportunidad perfecta para que la azafata me recordara que debía mantener mi celular apagado y el cinturón abrochado hasta que la luz sobre mi cabeza lo indicara.
Que mierda. Sabía que no se me podía olvidar.

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