miércoles, 3 de septiembre de 2008

Filosoficamente inapropiado

De intelectualis grupies

O de las meretrices de la razón

Tengo una imaginación mediocre que me alcanza para una que otra elucubración ingeniosa, pero para nada más. Sin embargo muchos dicen tener fe en mi; dicen que quizás tras el paso azaroso del tiempo la sociedad, la academia o algún grupúsculo habrá de reconocer la profundidad de mis palabras y entonces me llenará de fama y dinero; de gloria mundana. ¡Basura! Bastante tiene ya el país con la vana gloria de tantos babosos que salen en la televisión, de pocos, que son muchos, intelectuales prepotentes y artistas engreídos como para que un hombre más se ufane de sí mismo. Nada peor al vicio del orgullo, de la pretensión vacía, del reconocimiento gratuito por una aparición afortunada o una palabra torpemente oportuna. Valiente mierda la que habla un filósofo que sólo puede formular ideitas blandengues parafraseadas de ideotas triviales de algún europeo sin gracia o algún gringo desmadrado. Sin embargo muchos se empeñan en ensalzar a otros que parafrasean mejor que ellos mismos. Y es que todos, absolutamente todos, en todos los viciosos círculos viciosos tenemos un alma de niña grupie. Todos tenemos corazón de graciosas putitas que ante la imposibilidad de brillar con luz propia necesitan endiosar a algún aparecido con ínfulas de genio o con un talento mediocre, que como el mío, alcanza para brillar en medio de la oscuridad de las mentes obnubiladas por los dramas personales, la violencia, el perico o el trago. Todos, sin excepción, queremos tener uno de esos amigos de los cuales luego de unos años se pueda decir –yo estudié con él en la universidad- y tener la oportunidad de parecer mejores por transitividad. Si A es amigo de B y B es pilo, entonces A es pilo. Valiente pendejada. Y eso pasa con mayor frecuencia cuando uno sabe que está entre lo mejorcito de lo poco bueno que nos queda. Y es que parece que luego de las nobles y bohemias historias de Gabo en la Cueva con Obregón y todo su parche, o de la época dorada del café pasaje con Gaitán, Echandía y Zalamea, a los de hoy nos toca conformarnos con las historias de niños pijos que se codean y se manosean los unos a los otros en la galerías vitrinas o en los talleres de maestros colombo-algo, nunca colombianos solamente, que sirven tanto de sitios para engrosar las filas de áulicos como de casas de lenocinio en donde a punta de favores los colombo-extranjeros se follan a las niñas ligeras.

Valiente putería. Mientras que en un país como Colombia las putas de verdad se tienen que ganar la vida con el sudor de su entrepierna, las putas y los putos ocasionales andan repartiendo culo a diestra y siniestra sin más beneficio que el de contar que se tienen amigos famosos, que salen en las revistas o que, en algún momento, han sido reconocidos públicamente por alguna mediocridad bien promocionada. Me cago en el jet set, sobre todo porque estoy seguro que nunca voy a pertenecer a él y eso da cierta seguridad, porque a nadie le gusta haberse cagado en algo que después habrá de servir de asiento para sus nalgas. Por fortuna para unos pocos, el maravilloso mundo de la intelectualidad es quizás tan marginal como el de la prostitución. Andar por ahí tratando de vender unos textitos, unas ideitas, unos proyectitos, es como pararse en la 13 a mostrar los gordos para ver si algún depravado o algún desesperado pasa y le manda la mano a una teta. Por supuesto así como va uno a andar escogiendo quien se lo quiere meter. Toca simplemente bajarse los pantaloncitos con humildad, por muy doctor en filosofía que sea, y abrir las nalguitas lo que más se pueda para que cuando el penetrador haga lo suyo uno pueda limpiarse las lágrimas de la cara y coger su plata silenciosamente. Pero por desgracia para la mayoría, hay unos cuantos que si la logran y entonces es cuando la putica barata empieza a ufanarse de sus amigos, a sacar a relucir las historias vividas con un personaje que conocen quizás por alguna idiotez patrocinada por una empresa prestigiosa o una pseudos genialidad concretada a medias gracias a los recursos de una herencia familiar. Si, es que todos quisiéramos algún día poder ser reconocidos por algo que nosotros mismo hubiésemos labrado paso a paso, pero, en su defecto, quisiéramos que alguien de la familia, o de nuestro semestre de universidad, o un vecino, o un amigo de un amigo de una ex novia, o la mamá de la tía de un primo hicieran algo para poder contarle a nuestros hijos que hubo una vez un hombre que sin ser famoso e importante se hizo amigo nuestro, y que después de un tiempo cosechó éxito, fama, dinero y que de un modo u otro algo tuvo uno que ver en el asunto, pues una vez lo conoció personalmente.

Otros, con mayores pretensiones, también querrán decir que algunas de las mejores ideas que llevaron al éxito a ese hombre de la foto en la revista se le deben a la larga amistad que sostuvieron, y otros más señalarán al hombre de éxito como un copietas sin escrúpulos que opacó a sus amigos y se sirvió de artimañas para alcanzar la cima. Puede que algunas de estas cosas sucedan y de hecho, mientras las menciono se me vienen a la mente varios casos de hombres mediocres que han alcanzado la fama y el éxito gracias con ideas prestadas. Cayendo en la tentación de señalar con nombres propios a mis plagiarios y con el riesgo que implica asumir la paternidad de algunas de sus bellezas y sus monstruosidades van algunos muestras de botones. Por ejemplo, el muy reconocido pintor Fernando Botero me debe a mi, un perfecto desconocido, la maravillosa idea de exagerar el tamaño de la pija del obispo de uno de sus cuadros, el cual, aunque no se ve claramente, resalta entre la sotana dándole a la obra un toque de santa masculinidad. Gabriel García Márquez, vaca sagrada de la literatura colombiana, ganador de un novel y burgués con amigos socialistas, lo cual lo hace más burgués aún, me debe la medio pendejadita del realismo mágico, pues en una ocasión le sugerí volver mierda su pueblo natal para que después no tuviera de que avergonzarse de el. Pero no sólo estos hombres me deben a mi, un desconocido, un hombre cualquiera, la fortuna y la fama que han alcanzado. En el ámbito de la política podría mencionar al celebre Juan Manuel Santos, quien luego de verme en una fiesta luciendo unas ojeras espantosas de tres días de trago, marihuana y putas decidió que ese aire carnavalesco era un camuflaje perfecto para pasar desapercibido de día entre tanto periquero que hay en el congreso y de noche entre los travestis que frecuentan los cuchitriles gays de Chapinero. Y eso sin contar al mismísimo Álvaro-Uribe como dirían en paisilandia, quien luego de varias visitas a mi finca cafetera en Pereira decidió que lo que el quería era ser el patrón de los cerdos, vacas, burros, gallinas, perros y gatos de la política nacional pues esa era la única forma de tener siempre la razón porque tratar con seres humanos es muy complicado y más cuando aún les queda un poquito de razón. Y es que como pueden ver no siempre se le reconocen en este país las capacidades a quienes como yo, permanecemos en el anonimato mientras otros se nos roban las ideas. Indigna ver por ejemplo a un mancito que hace una película sobre una masacre y luego se gana un premio en Canes. Deberían reconocerle la idea original a hombres que hoy, casi injustamente, están siendo juzgados dizque por crímenes atroces. ¿Atróz? Atróz que uno tenga una idea, que la realice y que luego llegue un cabroncito con camaras y cables disque a filmar sin que en los creditos aparezca siquiera el nombre del que se craneo y perpetró el hecho real. Mancuso, Monoleche, el asesino de Pozeto y los que se robaron la caleta de las FARC deberían reclamar justicia y pedir que los premios que se ganen con las peliculitas sobreactuadas que están haciendo a costa de sus ideas se los manden a ellos a las montañas de Colombia o a las cárceles en donde van a purgar sus obras maestras. O digan no más que harían las escasas imaginaciones de los periodistas de RCN o Caracol sin las obras maestras de estos señores.

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